Aunque es una excepción, aún existen
culturas en las que se resuelven conflictos y se sellan negocios con la palabra
como único “comprobante” de los acuerdos a los que han llegado.
Para quienes desarrollamos nuestras
actividades en las grandes ciudades, esto sería impensable. Todo tiene que
quedar por escrito, sellado y confirmado por la ley; de lo contrario, no
existe.
Triste realidad. Que la palabra haya
perdido su peso, su importancia, su veracidad. Que las personas no puedan fiare
de la palabra del otro y tengan que tener un documento de por medio para poder
exigir que se cumpla lo pactado. Y aun así, que existan casos en los que ni
este “testigo” sea suficiente.
La palabra nos define, es un reflejo de
nuestra personalidad y de nuestro pensamiento, de nuestra posición ante las
situaciones que nos rodean. De allí, que sea tan importante que la respetemos
porque si lo hacemos, es respetarnos a nosotros mismos. Una palabra pronunciada
perdura y no puede borrarse.
Por eso, antes de dar nuestras palabras
debemos detenernos a pensar sobre su alcance y sobre las posibles repercusiones
que puede tener. Cuando cumplimos lo que hemos dicho se pone en duda nuestra
seriedad, nuestra honestidad, responsabilidad e integridad.
Qué bueno sería que intentemos retornar a
los tiempos en que la palabra era la mejor garantía que se podía tener. Que
aquel que no cumpla con lo que dijo, sufra de rechazo moral y social y que esa
sea razón suficiente para que no vuelva a caer en su falta.
Que se vea el incumplimiento de la palabra
como lo que representa: una desconsideración, falta de honestidad, una burla
para quienes han confiado en lo que se dijo.
Cuando esto sucede se fomenta el conflicto
y la discordia porque el incumplimiento da pie a la intranquilidad y la
desconfianza.
Qué bueno sería recuperar la confianza en
el otro y que actuemos siempre de buena fe. Que al cumplir con la palabra
facilitemos las relaciones en cualquier ámbito. Actuar con claridad nos brinda
armonía con nosotros mismo y con quienes nos relacionamos. Mantener nuestros
compromisos nos otorga credibilidad y respeto. Comprender el poder que tiene la
palabra nos obligara a ser más conscientes de lo que decimos. Tanto en los
negocios, en la política, en el amor, en todas las interrelaciones donde la
palabra interviene los seres humanos veríamos abocados a pensar bien antes de
decir cualquier cosa. Se evitaría su uso con propósitos manipuladores y se
daría paso, más bien, a la palabra como estrategia de persuasión, como
verdadero canal de comunicación entre todos quienes formamos parte de la
sociedad.
Deberíamos empezar a trabajar para lograr
que las futuras generaciones vuelvan a valorar el peso de la palabra, que ponga
cuidado en lo que dicen y que nunca menosprecien el incumplimiento de los acuerdos,
aun cuando estos no se hayan puesto por escrito. Esa seria nuestra contribución
a la construcción en la que la palabra sea sinónimo de seriedad, integridad y
compromiso con nosotros mismo y con nuestro entorno en cualquier escenario en
el que nos desenvolvamos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario