miércoles, 25 de septiembre de 2013

Valorar la palabra...!

Aunque es una excepción, aún existen culturas en las que se resuelven conflictos y se sellan negocios con la palabra como único “comprobante” de los acuerdos a los que han llegado.

Para quienes desarrollamos nuestras actividades en las grandes ciudades, esto sería impensable. Todo tiene que quedar por escrito, sellado y confirmado por la ley; de lo contrario, no existe.

Triste realidad. Que la palabra haya perdido su peso, su importancia, su veracidad. Que las personas no puedan fiare de la palabra del otro y tengan que tener un documento de por medio para poder exigir que se cumpla lo pactado. Y aun así, que existan casos en los que ni este “testigo” sea suficiente.

La palabra nos define, es un reflejo de nuestra personalidad y de nuestro pensamiento, de nuestra posición ante las situaciones que nos rodean. De allí, que sea tan importante que la respetemos porque si lo hacemos, es respetarnos a nosotros mismos. Una palabra pronunciada perdura y no puede borrarse.

Por eso, antes de dar nuestras palabras debemos detenernos a pensar sobre su alcance y sobre las posibles repercusiones que puede tener. Cuando cumplimos lo que hemos dicho se pone en duda nuestra seriedad, nuestra honestidad, responsabilidad e integridad.

Qué bueno sería que intentemos retornar a los tiempos en que la palabra era la mejor garantía que se podía tener. Que aquel que no cumpla con lo que dijo, sufra de rechazo moral y social y que esa sea razón suficiente para que no vuelva a caer en su falta.

Que se vea el incumplimiento de la palabra como lo que representa: una desconsideración, falta de honestidad, una burla para quienes han confiado en lo que se dijo.
Cuando esto sucede se fomenta el conflicto y la discordia porque el incumplimiento da pie a la intranquilidad y la desconfianza.

Qué bueno sería recuperar la confianza en el otro y que actuemos siempre de buena fe. Que al cumplir con la palabra facilitemos las relaciones en cualquier ámbito. Actuar con claridad nos brinda armonía con nosotros mismo y con quienes nos relacionamos. Mantener nuestros compromisos nos otorga credibilidad y respeto. Comprender el poder que tiene la palabra nos obligara a ser más conscientes de lo que decimos. Tanto en los negocios, en la política, en el amor, en todas las interrelaciones donde la palabra interviene los seres humanos veríamos abocados a pensar bien antes de decir cualquier cosa. Se evitaría su uso con propósitos manipuladores y se daría paso, más bien, a la palabra como estrategia de persuasión, como verdadero canal de comunicación entre todos quienes formamos parte de la sociedad.


Deberíamos empezar a trabajar para lograr que las futuras generaciones vuelvan a valorar el peso de la palabra, que ponga cuidado en lo que dicen y que nunca menosprecien el incumplimiento de los acuerdos, aun cuando estos no se hayan puesto por escrito. Esa seria nuestra contribución a la construcción en la que la palabra sea sinónimo de seriedad, integridad y compromiso con nosotros mismo y con nuestro entorno en cualquier escenario en el que nos desenvolvamos.

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